- Winchester 73.
Alfredo González González.
Observaba el final del día con laxitud sin mayor interés. Lo invadía el tedio, la rutina, el círculo vicioso. Sus mejores años habían pasado aunque el pulso lo conservaba como en los mejores tiempos.
-¿Qué tienes cabrón?
-tengo el mundo encima.
-¡achíspate!
Mantenía ese diálogo con el 73 y Halcón del atardecer. El francotirador había cumplido misiones y salvar aldeas de sátrapas, violadores. Tenía años buscando una audiencia con el Papa y ayudarle a limpiar el masajote de pederastas. Quizá ello coronaría sus esfuerzos. Ya estaba cansado.
-Mira, no sé si lo logre.
-¿Lograr qué?
-El haber cumplido.
Claro que sí, lo que sucede es que no podrás, aunque vivas 100 o más años resolver todos los problemas. Necesitas un descanso. Apacenta tu espíritu, pontificaba Halcón del atardecer.
-¿Cacería?
-Sí, disfruta.
-pero es que.
-nada.
Pronto no habrá ni venados, ni perdices, ni chacuacas, hasta el león puma habrá desaparecido con la contaminación, gracias a las ventas del uso del suelo, que no vieron más allá del horizonte ni el destino de los hijos de nuestros hijos. Todo esto lo decía, introduciendo en la recamara del Winchester los proyectiles. No se previeron estos abusos cuando este pueblo luchó por su dignidad Política, dijo melancólico el 73. Nadie tiene la bola mágica para limpiar el camino de trúhanes y “truhanas” que desde su empoderamiento de un cabildo pese a disculpa nos enseñaron una realidad feroz. Un respiro profundo lo ahogo y luego dijo a su compañero con el índice extendido hacia el poniente: Vámonos a ver si allá encontramos las respuestas. No hay frustración, hay fe y esperanzas pero no en los que construyeron la cueva de Ali Babá. Mientras haya impulsos del mayor bastón de mando para oxigenar nuestro cielo y resolver los problemas de nuestro pueblo. Sobó el arma y en su mirada había el fuego de otros años.
Dos figuras se enfilaron rodeando una pequeña ínsula que recortaba la bahía, el 73 marcaba un paso de acecho, ligeramente encorvado, pero su cuerpo envarado, recordaba a sus viejos tatas, unos sepultos en el Rosario, otros en San Simón, otros en el Revalse, y allá el viejo rancho El Veladero, donde dormían las viejas raíces que despedían el día con el atardecer y cantaban nuevas esperanzas con los rosados tonos de la aurora. Les anocheció y volvía a repetir la pregunta al del atardecer: ¿No te has fijado que las estrellas siempre miran hacia abajo? Cayó la noche y vislumbraron las luces de la ciudad y le decía, mira que tranquila está, pero antes dormíamos en las banquetas o con las puertas y ventanas abiertas. Los Guaycuras desde su centro ceremonial vieron con desconfianza la llegada de aquellos bandoleros que explotaron al hombre y los metales. Hoy con corbatas y lociones a la banda al parecer sufrieron su primer revés en el Golfo de Ulloa, es más, ojalá que lo sigan mandando a chingar a su madre.
Solamente así, Halcón, las nuevas generaciones tendrán el variado sustento que tienen nuestras aguas, y nuestros pueblos no morirán intoxicados por la obra y gracia de quienes traicionaron vendiendo permisos que no eran de ellos y no lo sometieron a la opinión del pueblo. Halcón contestó a Winchester: ¿Ya ves? Todavía te queda cuerda para buen rato.