ECO PENINSULAR
• Hasta donde te encuentres Raúl Olachea.
• Hasta donde se encuentre Francisco Chávez Villalva.
• Hasta donde se encuentren Ernesto Aramburo y Nacho Ayala.
• Adiós a las armas.
Alfredo González González.
Su andar era con determinación. Le atraía ese extraño magnetismo de la breña sudcaliforniana, su compañero era Víctor Octavio García, pero también Raúl Pedrín. Cada anécdota de Raúl Olachea nos llevaba por entre los pedregales de las cañadas, los lampareados, los pintitos, pero también los de 5 puntas y finalmente el asado de costillas en el rancho de uno de los Pozos o de malas los medallones de cabrilla, hasta quedarse dormido bajo las estrellas en la ramada de Pilar Almaraz y retornar para repartir el producto de un esfuerzo tradicional entre nuestras gentes.
Dicen que Raúl murió. Yo no lo creo. Sus huellas y los casquillos de las percusiones señalan los senderos sobre los que transitó con un andar seguro que determina su identidad con la breña bronca y bella.
Y recuerda el chascarrillo aquel: “De esos también me gustan Papá”. Lejano se quedó aquel 15 de septiembre cuando el gritón de la lotería nacional exclamó el número del premio mayor que bien recuerdo era el 11596, del cual Raúl tenía un vigésimo.
Nace su negocio y todavía para dar como punto de referencia de una buscada dirección se dice: “Por ahí, por la gasolinera de Raúl Olachea”. Raúl no murió, sigue remontando la sierra, observando la presa y poco a poco se pierde en la tarde crepuscular en una noche invernal. “Hasta siempre, hermano”.
A Don Francisco Chávez no lo conocí, pero si al través de uno de sus hijos, mi amigo Jesús Chávez Jiménez. Hombre de surco, también enseñó a amar la tierra. Es uno de esos sudcalifornianos de propia voluntad, que honró el gentilicio.
Fue ejemplo, dedicación e instructor cotidiano con su ejemplo y su modestia y humildad fue arquetipo para Jesús Chávez Jiménez. Hombres como estos no mueren, se les está prohibido hacerlo, porque muertos están los que roban el oxígeno sin importar nada que ennoblezcan el espíritu. Su arma era el azadón y la semilla en el surco. Que también germinó en su hogar, donde germinó la semilla del esfuerzo y del trabajo.
Hasta donde estén y vayan siempre gozarán respeto de aquellos hombres que no hacen daño a nadie, es el eco de los montes con un hombre con el arma embrazada y otros en las llanuras del valle de Santo Domingo. Ellos sin saberlo se hermanaron para ir venciendo el medio hostil porque sabían que BCS es más grandes que todos sus problemas. Y ellos son ejemplos de que en la unidad de esfuerzos está el principio de lo que es la comprensión para ir en busca de mayores retos.
Unos metros más atrás le siguen, Ernesto Aramburo y Nacho Ayala. Hasta que emparejan la parroquia en los ámbitos celestes. Ni uno de ellos ha muerto, si acaso están echando una siesta para despertar del sueño de la vida. Se apagan las estrellas, pero por cada una de ellas, surgen miles, para que el techo del cielo no conozca de la obscuridad y persista la luz de la fe y la esperanza para que sea el impulsor para que nadie se sienta triste, no desmayan en la empresa, como ellos que lo hacen desde otro plano astral.
Es el Ángelus, la oración de la tarde que va marcando el final del día, que el pasado 31 unieron familias entre notas de alegría y esto es importante porque sino tenemos una interpretación soslayamos la presencia espiritual de quienes nos dieron la savia de su sangre y la fortaleza de su convicción. Por ello, ni Raúl Olachea, ni Antonio Chávez, ni Nacho Ayala, ni Ernesto Aramburo han muerto. Ellos nos dan la idea de la fortaleza, la amistad para ver sorteado los verdaderos problemas de las circunstancias porque jamás se dejaron vencer por el infortunio.
“Un abrazo hasta donde se encuentren”.
Por último, bien cabría recordarlo siempre con aquello de: Los valientes sufren una sola muerte, los cobardes sufren muchas.
Nuestros personajes fueron a desempeñar otras actividades y si los recordamos siempre estarán a nuestro lado con la oración de la tarde.