ECO PENINSULAR
Alfredo González González
Dos experiencias. Créase o no.
Lo que voy a narrarles, fueron experiencias vividas que no tienen una explicación lógica ni son experiencias congruentes.
Durante más de veinte años, Plutarco Montaño Carrillo, quien fuera un hombre leal, trabajó bajo mis órdenes en el PRI municipal y estatal. También, se considera uno de los miembros fundadores, al lado de un grupo valioso de colaboradores en la emisora cultural XEBCS, localizada en el 1050 del cuadrante.
En una ocasión tuvimos que ir a realizar una trasmisión que se haría a control remoto y ya arreglado el asunto nos encontramos un gran amigo de la familia Aragón Ceseña, de nombre Rodrigo, conocido popularmente como Yigo Aragón. El gusto al encontrarnos fue mutuo y me invitó unos tragos en un establecimiento llamado Diana`s bar.
Recordamos algunas hazañas y ya tardecito, llegó Plutarco para preguntarme si pernoctaríamos o volveríamos La Paz, porque el trato congruente era que si nos quedábamos, él tendría la noche libre y yo podría continuar con la agradable compañía del Yigo.
Sin embargo, a eso de las diez de la noche, lo mandé buscar para decirle que siempre nos vendríamos por lo que debería de permanecer sobrio ya que a aparte de ser mi secretario privado, era mi chofer y más que todo eso, un gran amigo. Salimos ya pasada las diez de la noche y en el entronque para entrar a Miraflores, decidimos entrar al pueblito y dirigirnos a una tiendita propiedad de otro gran amigo Don Juan González Rubio. Nos franqueó la entrada ya que el negocio estaba cerrado. Acercó una poltrona y sacóuna feroz botella de wiski.
El buen viejo no tomaba y Plutarco menos ya que tenía que mantenerse sobrio. Platicamos, después de dos o tres “fajos” nos dispusimos a iniciar el regreso. A cincuenta metros de la salida hacia La Paz, una nube de las llamadas langosta de campo, cubrió completamente el carro al grado tal que el hábil chofer puso a limpiar el cristal con el parabrisas y un servidor después de lanzar dos o tres maldiciones, me impidió que me bajara. Salimos de la nube y al tomar carretera todo se aclaró. Seguimos en silencio, cruzamos toda la carretera hasta San Bartolo, continuamos hasta bajar el arroyo donde está la brecha para ir a San Antonio de la Sierra y ahí me dijo: “profe, tengo la sensación que en el asiento de atrás viene alguien”, y le conteste: “yo también siento lo mismo”. En mente musité una oración y alcance a decirle, `pélale. Jamás nos explicamos que era lo que había sucedido.
Podría decirse que si yo hubiera venido sobrio quizá no hubiera visto lo que se presentó. La situación es que el conductor venía en sus cinco sentidos.
Tiempo después, en una reunión, salimos un poco del círculo de amigos y le dije:”¿te acuerdas cuándo se nos apareció el chamuco? Y repuso mi amigo Plutarco: “hay cosas inexplicables profe, y en el fondo de sus ojos había una enigmática mirada. Nunca más volvimos a tocar el tema.
La otra es que siendo un muchacho de siete años, vivíamos en la casa marcada con el número tres, entre Belisario Domínguez y Madero. Mi madre tenía una anciana que le ayudaba a planchar la ropa y había un ciruelo en el patio donde se encontraba el bracero para cocinar. Mi madre tuvo que hacer unos mandados y le dijo a la cocinera lo siguiente: “Doña Tancha: le encargo ese bistec con verdurasy papas que se está cocinando. Cuídelo para que no se vaya a recocer”.
A los diez minutos aproximadamente se escuchó un grito de Doña Tancha, hablándole a mi mamá Carolina, destapó el sartén y lo que vio mi mamá es que en lugar de aquel suculento manjar, había un cúmulo de gusanos.
De acuerdo con lo comentado por Doña Tancha, se hizo un hueco donde se enterró el sartén y preguntó si había agua bendita. Roció todo alrededor del ciruelo. Lo único extraño fue que ese año no hubo cosecha de ciruelas. Años después, le preguntaría a mi madre que si que había pasado y me repuso: “hay cosas que lo mejor es no saberlas”.