1.- Rafael M. Muñoz revivió una yaga que aun esta purulenta.
2.- ¡Vámonos con Pancho Villa! Grito desgarrador de justicia y libertad.
3.- Todo el dolor no se pudo aguantar más.
4.- En la persecución del guerrillero autorizado por Carranza se violo la soberanía nacional.
Por: Alfredo González González
La obra de Rafael M. Muñoz puso ante el mundo una yaga purulenta: había sido forjada con las violaciones, el abuso del terrateniente, con las espaldas moradas a golpes. No es apta para paladares literarios exquisitos envueltos en pañales teñidos con la sangre de los humildes.
Es el grito de ¡Vámonos con Pancho Villa! Y fue resonando el eco con los confines de una tierra dominada por la justicia de las bayonetas y la fusta. Había llegado pues, el momento de cobrar por intereses,agravios, abusos, degradación, y que mejor que luchar por la libertad y promover la democracia. Al tiempo, y de acuerdo con las vocaciones actuales todo indica que algunas larvas escaparon para ser parte de un génesis más actualizado y afinado.
El libro manifiesta un algo como más allá de la lealtad: después de la batalla de Celaya y por más que insistió Felipe Ángeles que no mandara las oleadas de miles de hombres que iban cayendo como moscas por las ametralladoras obregonistas no hizo caso. Esa derrota lo llevo a dirigirse al norte. Con los días llegó a una modesta casa indicando que era su dueño, también lo era de 20 hectáreas. Se trataba de un viejo soldado de la división del norte que lo había dejado por muerto en Ciudad Juárez. Tomo café, comió un cabrito pero primero hizo comer a los dueños de la casa. Le dio las gracias, se puso el sombrero y le dice al viejo soldado: “vámonos”, ya le explicó el viejo que tenía su esposa, sus dos hijos, una pareja, y unas tierritas y entonces le contesto: “¿Esto es lo que te detiene”? entonces desenfundo el arma y mato a la mujer, y obnubilados padre e hijo montaron a caballo y se unieron a la guerrilla de Francisco Villa. El jefe de la división del norte pidió que esa persona siempre estuviera a un lado de él y en el fragor del combate y el silbido de las balas le gritaba Francisco Villa: “esta es la revolución” “amonos”, “ya nadie te espera en tu casa” “esta es la revolución”.
Cuenta el autor que había permitido Villa que bajara de la cueva donde estaban escondidos él y el hombre que mató a la esposa y la hija porque tenían un mes sin comer más que agua y pinol. Bajo el viejo soldado, lo tomaron prisionero las tropas Perching, lo amarraron de pies y manos para que les dijera dónde estaba el general, pasaron por su mente los recuerdos pero ni así dijo donde se encontraba Villa. A unos cuantos kilómetros de ahí lo entregaron a las tropas carrancistas y las primeras gotas de sangre cayeron sobre un librito que se llama “Constitución”.
Unos campesinos que observaban se quitaron sus sombreros de paja y musitaron entre ellos “esto es mas allá de la lealtad”.