- Un Santa Claus sui generis.
Alfredo González González.
Estaba próxima la navidad. El hormiguero de la gente se miraba por las calles, iban y venían con prisa. De pronto sonó el teléfono.
-Sí, bueno, ¿Quién habla?-
-soy yo, el Beto.
-¿Quién?
-El Beto Miranda.
Ah, repuso el General Lorenzo Núñez Avilés que fungía como director y seguridad de tránsito.
-Oyes, ¿quiénes cayeron anoche?
-Vente Beto
-¿Por qué?
-Tengo a Santa Claus detenido.
Para que el lector se dé una idea le diremos que había llegado del interior de la República un señor que buscaba empleo desesperadamente. El único que encontró fue el de alquilarse como “Santa”. Lo vistieron le rellenaron el atuendo con cojines, una barba blanca, unos bigotes respingones, unos espejuelos cristalinos, su imitación de botas de cartón teñido, el grueso cinturón y el gorro. Lo ubicaron en la esquina norte de una tienda con nombre gringo, que se ubicaba en Belisario Domínguez y Artesanos. Su tarea consistía en tocar unas campanitas, sustraer unas golosinas del saco. Y aventarse el Jo, jo, jo e imitar a los transeúntes a introducirse a la tienda. El gancho, pues, era un “santa”, los dulces, las campanitas y los padres se enganchaban. Así es que, campanita, jo, jo, jo y las golosinas.
Todo marchaba conforme a lo planeado. Por los dueños del negocio. Sin embargo ya pasado el mediodía “santa” volteó con un feroz movimiento felino a uno y otro lado, al ver que no había moros en la costa, metió con rapidez la mano a la bolsa, y sacó un litro de tequila y se dejó caer un feroz sorbo. Su cara se sonrojó al rato los gritos no eran de jo, jo, jo, si no de ¡ajua! Y ¡arriba el norte cabrones!
A medida que avanzaba el día, “santa” iba perdiendo la compostura: ¡pásenle cabrones! O bien, no compren aquí que son unos agiotistas. Hasta ahí las cosas se hubieran soportado. Un paceño de esos porteños que nunca faltan se acercó lentamente y lo tomó del fondillo y lo jaló tres metros y se oyó a “santa” a media cuadra ¡ora wey jijuetuchingada madre! Empezó la gente ya medio a protestar, pero el escándalo se hizo mayor porque pasó una señora de no malos bigotes y santa con los ojos lujuriosos le gritó: Adiós señora que buena nalga tiene. El escándalo se hizo mayor porque en ese momento pasaban los niños con sus padres. ¿Cómo era posible que un personaje como santa fuera tan grosero? Cuando el dueño de la tienda no soportó a un “santa” bien pedo, fue cuando le gritó a otro santa que estaba contra esquina, limpiecito, de buen hablar y con una sonrisa seráfica en el rostro: No vayan con aquél, es puto. Llegó la patrulla y se los llevó a los separos y lo calificaron. Fue cuando llegó mi padre, era una lástima santa, el gorro por un lado, el cinturón deshilachado y lanzando maldiciones a los agentes que lo llevaban a una subcomandancia.
-¡suéltenme cabrones!
-se bueno santita.
-yo no soy santita, cabrón.
-ándale, pórtate bien, eres santa.
-yo no soy santa babosos.
Para eso se habían juntado muchos curiosos observando aquél cuadro entre cómico y de reflexión. Cuando pasaron frente a la multitud, santa pegó un grito espeluznante: ¡El gusto que me queda cabrones, es que no les va amanecer nada!