Este miércoles se cumplirá un año que Ángel César Mendoza Aramburo se convirtió en leyenda. Sencillez, humildad, firmeza y el aprecio de propios y extraños son el legado que debemos custodiar con celo los sudcalifornianos.
Fue una tarde lluviosa de agosto de 1960 cuando me recibió en la presidencia de la República como el primer secretario del particular del Lic. Adolfo López Mateos.
Conversamos largamente. Después, a 44 años, el 25 de marzo algo se rompió dentro de mí. Está ligado a la historia de este pueblo, de mi pueblo. Murió el hombre y nació la leyenda.
Sencillamente Ángel César, era como le gustaba que le llamaran.
Cada vez que paso por las esquinas de Allende y México, antes de internarse me dijo: No sé cómo vaya a terminar esto, pero recuerda que la verdadera y autentica amistad es lo que hace la fraternidad.
Recuerda aquel 8 de octubre, después de la ceremonia del Congreso, que te invité a una visita de cortesía al Ing. Félix Agramont, me dijo en la habitación del viejo inolvidable: Traje a Alfredo porque sé que lo estimas. Don Félix estaba privado de la expresión oral asentía emocionado y le he dicho como tú me lo dijiste una vez: Cuando doy la mano, la doy hasta la empuñadura. Síguelo practicando, compadre.
Continuó en esa rápida entrevista de México y Allende bajo la sombra de un laurel de la India: Toma llévale estos centavos a mi ahijado para que se revise la vista y este otro sobre es para que a completes el pago de la impresión de Raíces, porque es hora de confesarlo, el proyecto Raíces estaba conformado por varios amigos, el propio Ángel César y otros que a partir del segundo número, se empezaron a arrugar. Al morir, prácticamente quedé solo con el doble de trabajo, hacer la revista y buscar su pago.
Hoy quizá este envío no es de lleno de términos rimbombantes, pero, muchas cosas aprendí de Ángel Cesar, sencillamente Ángel César.