En la opinión de Alfredo
• El frentazo de Platón.
• La gran utopía no se hizo esperar.
• ¿Cómo es que profesionales, fallen?
• El más chingon fue Diógenes.
Alfredo González González.
Fue en el tiempo del periodo sistemático de la Filosofía griega, cuna del pensamiento universal cuando van surgiendo personajes que pasaron a la historia.
El primero de ellos, un ateniense de nombre Sócrates hijo de una comadrona, que brilló por su búsqueda de la verdad y plantearla con sencillez para que la juventud de aquel tiempo pudiera llegar a ella a contra pelo de los sofistas que los enredaban como suele suceder en la actualidad.
Fue el creador del método mayéutio, y el proceso del aprendizaje estaba con base a preguntas y respuestas. La historia no registra ninguna obra donde pudiera haber dejado plasmado su pensamiento.
Pero generó entre sus discípulos a uno de espaldas anchas que por tal motivo le nombraban platón fundó la escuela de los peripatéticos y su forma de enseñar era caminar en un ir y venir quizá porque ponía en juego todo el organismo.
Dentro de sus obras se registran la de mayor impacto “La República”. Donde Platón aspiraba a un “Estado Perfecto” es decir, donde todos tuviéramos una forma de comportarnos de acuerdo a las normas y preceptos.
Al no dejar su maestro ningún testimonio escrito también deja la herencia de sus Diálogos que va dejando enseñanzas, y reglas que seguir.
En la gran utopía de la República no tardó mucho en llegar y una de las muestras más claras fue la expresión de su discípulo llamado Aristóteles que dijo: Platón es amigo, pero más amiga es la verdad.
Esa sola expresión barría, si se quiere, de una buena fe, pues platón pensaba que el hombre podía ser perfecto y sus cosas en la vida cotidiana como la amistad, la fraternidad, la Política, etc. Podía llevarse con la mejor de las intenciones.
Pero no fue así. Lo anterior no demerita la reflexión del pensamiento de los titanes del pensamiento universal, pero abre la brecha para, de acuerdo con los sucesos del contexto nacional, pudiéramos pensar en la expresión de Francisco de Asís cuando dijo ante el dolor de maltrato que le dieron al lobo: En el hombre hay mala levadura.
De lo anterior, se puede derivar que la lucha entre el bien y el mal empuja al ser humano a lo más fácil olvidando que no todos los caminos fáciles son los mejores: Quizá instintivamente para esa época, el hombre primitivo que descubrió la macana y también instintivamente pensó que podía ser más fuerte que los otros grupos, se inicia toda una cascada en todas las latitudes del planeta para poner en práctica el so juzgamiento, la esclavitud, el hambre por nuevos territorios geográficos, la imposición de la razón por la fuerza.
Ya tuvimos dos Guerras Mundiales, y la gran paradoja es que ahora andamos investigando si hay vida en marte gastando miles de millones de dólares, de rubros, de euros, de yenes, todavía no hemos ajustado la razón en el hogar común y ya estamos buscando como repartirnos algunos planetas de nuestra vía láctea. Si les digo…
Mientras el sida avanza y se dice que el cáncer no tiene cura, donde hay infantes discapacitados, donde se penetra en un hogar para ametrallar la familia completa, que razón podemos poner para justificar andar buscando lo que no se nos perdió cuando hemos hecho de la tierra un escenario de dolor.
Lo más lamentable es, que señorones egresados de universidades de alto voltaje como Harvard, Austria, Moscú, México, no hayan podido convencer que si bien es cierto que somos entes llenos de imperfecciones, al menos se debía respetar la vida humana, deberíamos explotar racionalmente los recursos naturales, daríamos el pan a aquellos niños que están muriendo cada 5 minutos en África. Pero no, no sé cómo en la escala zoológica nos sitúan como animales “racionales”.
De todos los filósofos de la antigua Grecia el más chingon fue Diógenes, de la escuela de los cívicos. Un día Alejandro Magno le ofreció oro, palacios, esclavos para que fuera el preceptor de su hijo. Lo interrogó: ¿Qué es lo que quieres? “Quiero que te hagas a un lado porque me estás estorbando los rayos de mi sol”. Su residencia era un barril y aun así cuando la invasión estaba cercana a Grecia llegó con una lámpara encendida en pleno mediodía y alguien queriéndose burlar de él, le preguntó que si por qué la traía encendida a esa hora: “Es que busco a un hombre que comulgue en el altar de la fidelidad incorruptible” (sic)