En la opinión de Alfredo
• Camilo: A la Humildad de Aquel Pesebre.
Había llegado al término del verano en un barco de madera llamado “San Miguel”. Cruzó las apacibles aguas de la bahía y su papá le dijo: Mira Camilo, aquí viviremos ahora.
Al niño le gustó el puerto, el malecón con sus palmeras y la algarabía de los estibadores que cargaban o descargaban mercancía y material, que hacían un espectáculo que el chamaco jamás olvidaría.
La CROM con sus oficinas al lado izquierdo de la torre del vigía hacían todo un espectáculo.
Hombres recios descargando costales de 50 kilogramos y cubriéndose la cabeza con un costal de ixtle que le caía sobre la espalda.
Bajó del buque con su señora madre María Helena y buscaron hospedaje en un callejón que desembocaba en la otrora sede la de presidencia municipal.
Como hombre trabajador inició sus actividades en una carpintería propiedad de una familia de apellido Garciglia y empezó su nueva vida llena de afanes. Pero sus planes no prosperaron. Enfermó y murió quedando solo el niño con su madre.
Meses más tarde, el infortunio lo volvió a agredir y así, Camilo quedó solo en el mundo. Había llegado diciembre y desde semanas atrás una tos recurrente predecía que las cosas no tendrían un buen final.
Su falta de alimento iba mermando sus fuerzas. Su pecho era el cielo tachonado de estrellas, siempre lejanas, frías, indiferentes al drama y desde luego siempre mirando hacia abajo. La blanca arena y su ilusión y esperanza era la vigilia que le acompañaba, salvo algunas ocasiones en que algún estibador le brindaba un taco que compartía con una taza de café negro en las famosas tazas de peltre.
Solía atisbar hasta donde el cielo parecía juntarse con el mar, en tanto el frío noreste del final del año azotaba su rostro y hacía bailotear su cabello. ¿Qué habrá allá donde parece juntarse la inmensidad del cielo con el mar? ¿Ahí estará Dios? La tos parecía escucharse adentro de un bote y la saliva que arrojaba se empezaba a teñir de rojo.
Al caer la noche se recostaba en las bancas del parque, cercano a un bar que llevaba el nombre de un aparato que indicaba la correcta circulación de los automóviles.
Sus fuerzas mermadas pero en los antros se entonaban música de conjuntos, gritos de alegría por la cercanía de la navidad. En otros lugares las niñas popof, despilfarraban en un rato lo que podía salvar la vida de un inocente.
Recuerdas Mario, que te decía que a veces la vida es cruel, el despilfarro del borrachín con dinero, que le era indiferente aquella criatura.
Había avanzado la noche del 24 de diciembre. Los últimos transeúntes se apuraban para llegar a sus hogares y festejar el nacimiento del redentor, pero no se detenían a auxiliar a aquel muchacho que tal parecía que hasta los umbrales de la muerte estaba sufriendo el egoísmo y el no tener unas cuantas monedas.
Como pudo se incorporó y donde hacían una cruz las dos calles se recostó Camilo extenuado por los ayunos. ¿Por qué la indiferencia? Se imaginaba una chimenea que daba calor y a sus padres con los regalos y se imaginaba las viandas de las cuales comía y se hartaba, pero esas visiones, eran las ilusiones de los descamisados.
Casi al punto de la media noche entrecerró sus ojos lánguidos, melancólicos y volteando su carita sobre uno de sus hombros lanzó un último suspiro que alguien escuchó en la galaxia.
El silencio se hizo, los gritos de los vientres abultados de pronto cesaron. Una gran luz iluminó el cielo que parece que se abría en un parto acusador. Las estrellas con luz propia cual reflectores gigantescos iluminaron la escena que ya no era de dolor, sino que hacía recordar lo que había pasado en Belem hace más de 2000 años.
De pronto se escuchó una voz suave, tersa, surgida del fondo mismo del universo en tanto dos figuras aladas tomaron a camilo por los hombros y aquella luz se dejó sentir para decir: ¡Pasa, Camilo, este es tu verdadero hogar, el hogar de los justos!
Espero Mario, recordarte como te mereces, como un ser humano con errores, pero un valiente periodista que el infortunio hizo que dejaras cosas inconclusas.
No fuiste perfecto, pero siento que entre todos aquellos que han luchado de frente, desafiando la cobardía de algunas autoridades que te tocó enfrentar, debes estar en el lugar de los elegidos.
Ese país de la luz dorada como dicen los monjes tibetanos, donde no existe la envidia, la intriga, o el puñal de aquel que te abraza para clavártelo en la espalda o lo cual mirabas con indiferencia porque te acostumbraste a traerlo clavado.
Cumpliste, Mario. Quedan enseñanzas de tu revista compás, queda la amistad inalterable y el profundo recuerdo que te ganaste a pulso un pedazo de esta tierra bronca, dura, calcinante, pero dulce y tierna como sus mejores hijos. Feliz navidad, Mario.