ECO PENINSULAR
Alfredo González González
Cuando Santa estuvo detenido.
Pertinente aclaración: este despacho es producto de una conversación con mi señor padre un 24 de diciembre que la verdad sea dicha, no se trata de minimizar el entusiasmo ni la emoción sobre todo de los niños, ni de la existencia o no del personaje cuya leyenda nace en un país nórdico que en México le llamamos Santo Claus, en Estados Unidos, Santa.
Algunos investigadores hablan de un obispo que hacía regalos a los niños el día de Navidad, a los que se les empezó a llamar aguinaldo. Años después, el personaje en cuestión llegó a Inglaterra, donde se le dice papá Noel. Cruzó el Atlántico, llegó a México donde se le identificó como Santo Claus. Quede constancia, pues.
Una persona venida de la capital de la República no encontraba trabajo y decidió alquilarse como Santa Claus. El ritual fue vestirlo con el traje tradicional, sus botas de cartón comprimido, su gorro, sus espejuelos, la venerable barba. Su trabajo era cargar con el saco con juguetes modestos, golosinas y otros juegos y entre todas ellas, una campanita para agitarle y luego lanzar un JO, JO,JO.
Por el callejón artesanos esquina con Belisario Domínguez, soltaba la risa tradicional, Santa Claus, jo,jo,jo,jo. Esto llamaba la atención de los menores que iban con sus padres y desde luego era el gancho para entrar a los comercios y se hicieran los apartados de regalos correspondientes. Así es que quedamos en que, jo,jo,jo, campanita y la expresión ya contada.
Alrededor de las 2 de la tarde, cuando el flujo de la gente aminoró, “Santa” hizo dos movimientos bruscos hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Metió mano a la bolsa de su pantalón del que sacó un feroz litro de tequila y se tomó un generoso trago. El rostro de “Santa” tomó un rojo encendido y el jo,jo,jo, se convirtió en un norteño, ajúa, ajúa, ajúa.
Se le comentó al dueño de la juguetería y no decidió actuar, porque el “show” de “Santa” atraía a los curiosos. Las cosas se empezaron a complicar cuando un paceño se puso en la esquina de la tienda ciudad de Viena para observar sus movimientos. Hay que agregar que “Santa” estaba demasiado animado, observó que a cincuenta metros había otro Santa Claus haciendo su trabajo, diferente al que hemos mencionado. Su rostro irradiaba inocencia y cada vez los niños lo iban prefiriendo, cuando se escuchó una voz aguardentosa, – no vayan con aquel, es puto-. En ese momento, el personaje que estaba parado enfrente de la ciudad de Viena, se le aproximó por la espalda y lo tomó del fondillo arrastrándolo tres metros. La voz de santa se dejó escuchar: – ora, cabrón hijo de la chin%$%#&.
En esos momentos, unos niños pasaban y soltaron el llanto ¿cómo era posible que Santo Clous fuera tan grosero?
El escándalo se desató, llegó la policía y “Santa” fue remitido a los separos de la dirección de seguridad y tránsito municipal.
Se le dibuja una sonrisa a mi padre que estaba narrándolo y agregó: todos los días me comunicaba con un gran amigo, el General de Brigada, Lorenzo Núñez Avilés, para enterarse de quienes habían caído y la respuesta del General fue: – fíjate Beto, que tengo detenido a Santa.
En barandilla era un relajo. Santa bien servido lanzaba denuestos impronunciables contra la autoridad: – ándale santita, vámonos-. –yo no soy santa. Me alquilaron-. – Sé bueno santita, se hace tarde-. – Soy de la Candelaria de los patos-.
Pero si armaste un escándalo y hasta a una señora, según se dice, le diste una palmada y le dijiste textualmente: señora, que buena nalga tiene. Eso desató lo demás. Santa Claus quiso ganar tiempo y dijo: ejem, ejem., se aclaró la garganta y le dijo, bueno, hay algo de eso, pero no me pude contener. No me lo vas a creer, pero cuando pensé que había escuchado un eructo y le golpeé el pecho para aligerarle el problema, pero resultó que el regalo que me dio fue un bolsazo que se escuchó en toda la cuadra.
Lo llevaban tres agentes a una patrulla para trasladarlo a una comandancia y aquello era espectáculo de cien mil demonios. Ya se habían remolinado distintas gentes alrededor de la patrulla. Era un escándalo, madrazos de santa Claus a la muchedumbre y viceversa, hasta que lograron ponerlo a bordo de la unidad.
A medida que avanzaba el vehículo, Santa, sacó la cabeza por una ventana y volteando a la gente, les gritó: ¡el gusto que me queda cabrones, es que no les va a amanecer nada!
Después de quince minutos de carcajadas le pregunté a mi padre: que mensaje te deja esa anécdota que te tocó vivir. La respuesta fue escueta y dada su inteligencia no lo pensó dos veces. Mira hijo, todo eso nos enseña que hasta en los santa clauses hay clases.
El versito:
VA EL TROVADOR QUE CANTA
RASGÓ EL CIELO UN AEROLITO
CUANDO DETUVIERON A SANTA
ESTABA MASTICANDO UNA ALGA
LANZANDO UN EXABRUPTO
PORQUE LA RAZÓN PRINCIPAL
FUE EL HECHO DE QUE A UNA SEÑORA
BASTANTE MUY ATRACTIVA
LE GRITÓ EL SANTA GROSERO
¡ADIÓS SEÑORA, QUE BUENA NALGA TIENE!