ECO PENINSULAR
Dos adelantos (del último trecho).
El alas mochas: Un recuerdo para Raúl Olachea Lucero.
Caduaño cañada verde (1956)
Una vieja leyenda: leyenda o realidad.
Hace algún tiempo pensé en escribir una serie de experiencias, anécdotas, poemas, y otros afectos al que titule “el ultimo trecho”. El porqué del título, porque a los ochenta años, no quiero saber quién no, el ser humano se va meciendo en el ángelus que es la oración de la tarde y que va señalando el final del día. Pero el último trecho puede ser para cualquiera. De ochenta, setenta, y pensé en dejar mi aportación como muchos amigos lo han hecho en aras de la identidad sudcaliforniana.
Una mañana “frillita” de principios de diciembre nos encontramos en el café de la Bravo y lupita su propietaria. Llego a la mesa Raúl Olachea Lucero. Empezó a degustar el café atemperando a la llegada inminente del invierno.
Daba generosos calores al cigarro, iba expulsando el humo para aplicar dos sorbos del café más sabroso del puerto. Empezó Raúl a platicar de los antiguos salones de baile en esta ciudad. Eran tejabanes con piso de tierra. La vieja vitrola a la que había que cambiar de aguja después de cada melodía, aportación que daban los bailadores.
Seguidamente dijo ustedes no saben de estas cosas! Había un salón de baile llamado el dios te libre. Otro más al son de las águilas descalzas, el tobillo, otro más llamado cuando le quemaban las patas a Cuauhtémoc, preguntamos el por qué, y contestaba el coordinador del salón., “hay un letrero que dice se prohíben tirar colillas al suelo” y al preguntarle el porqué, contesto “es que las bailadoras vienen sin zapatos”.
A la segunda taza de café, Raúl nos platicó un suceso que cae en los entornos de leyenda, anécdota, mito, pero que tiene un mensaje, dramático, tierno, de amor por la humanidad:
Hace años y creo que fue un suceso en Miraflores se dijo de una noche de tormenta y en medio del torrente lluvioso entre resplandores blancos y azul siniestros se observó la figura de una mujer con un bulto entre los brazos apretándolo en su regazo y se le vio cruzar por el monumento a la madre. Se paró en un viejo mezquite y se dispuso a depositar el bulto en una especie de nido que se había hecho con el tiempo.
Vino otro ventarrón y lo arrastro hacia un arroyo grande, donde había, piedras, tronco, animales. Nunca se supo jamás de aquella mujer.
Aquel bulto era un recién nacido y la fuerza del viento quebró el sostén principal quebrándose y arrastro a la criatura en aquel bramido del arroyo y aquí intervino la mano de Dios porque era tal la fuerza del agua y el viento que formo remolinos, envolvió al niño y lo arrastro a la otra orilla a través de un canalito y se protegió atrás de una roca inmensa.
Había unos inmensos cristales en sus ojos. Jalo aire, otro sorbo de café y tomo el cigarro y prosiguió: muy temprano dos figuras femeninas llegaron al arroyo grande y observaron que había dejado la fuerza de la naturaleza, después se supo de unas señoras que tenían un rancho y se supo que era de las hermanitas Fiol. Lo adoptaron como propio, un día se dieron cuenta que le apodaban el alas mochas por sus caída en el vendaval.
Creció y aprendió las actividades de rancho, el alas mochas, aprendió a ordeñar, a herrar, y a administrar el rancho. Fue tal su lealtad y su cariño, y la integridad del hombre agradecido, que al alas mochas le toco cerrar sus ojos para siempre.
¿Qué sacas de todo esto? Pregunto Raúl con la mirada hacia mi persona, le dije, nuestra gente es así. Su sentido de humildad y humanismo prevalece. Y para mí esto es parte de la identidad de los sudcalifornianos y le transmitimos el virus de la identidad. Es una historia o leyenda llena de amor, dramatismo, de milagros, de integridad. Aun cuando no fuese cierto lo ocurrido, suponiendo sin conceder, muchas veces me he preguntado porque razón una mujer deja un techo, su protección, poniendo en riesgo su vida y la de sus retoños.
No quise cerrar este capítulo sin mencionar de un pueblo llamado Caduaño que quiere decir “cañada verde”. Por allá en 1956 se rifaron los lugares donde desarrollaríamos las practicas intensas con una duración de dos semanas. El centro de operaciones seria Miraflores. De tal suerte que a mi compañero y a un servidor les toco el pueblo que hoy lo recuerdo con especial afecto. Esto es Caduaño. Quiero confesar que llegue a Miraflores con una feroz nostalgia por la ciudad de La Paz. Era un malestar que no me lo podía explicar. Pero ya estábamos ahí. Nos presentó con la directora que de cariño la llaman Pishusha, creo que se llamaba María de Jesús. Inmediatamente su gentileza produjo la empatía y en ese momento supimos que estábamos en muy buenas manos. Nos dio las indicaciones para el regreso a pie a Miraflores por una vereda que no tenía ninguna forma de perderse y desembocaba esa vereda en el arroyo grande y a unos pasos estaba el monumento a la madre.
La estimada y muy querida maestra pishusha nos proveía de los alimentos del medio día, jamás acepto un centavo. Debíamos esperar hasta las tres de la tarde para seguir con el turno y a las cinco salíamos a Miraflores porque realizarlo por la cuesta de Vásquez haríamos mucho más tiempo en llegar a nuestro destino.
En mis madrugadas adelantadas a mis más de 81 años recuerdo las frescas ramadas, una casa humilde pero llena de flores, una representación de segunda madre que orientaba como toda maestra ponderada, fue maestra de muchas generaciones y su recuerdo y presencia sigue vigente en el cielo azul, en las noches estrelladas de cañada verde.
Diez años más tarde regrese como maestro y me encontré con la agradable sorpresa que el director del albergue era el maestro Francisco Higuera Martínez junto con su esposa Carmelita Verdugo de Higuera y me hospedó en su asentamiento durante 60 días, tampoco quiso pasarme factura. La necesidad de estar en la paz o estar cerca por espera de la primera hija hizo pedir mi cambio prematuramente. El maestro Victorino Martínez, extraordinario atleta en sus mejores tiempos me hizo sentir el mayor de mis orgullos cuando una comisión de padres de familia vinieron a la paz a pedirle al profesor Zarate López que no autorizara el cambio.
Esa estadía me dio la suerte de conocer gentes de Boca de la sierra, de apellido Collins, a panchito y Jesús fiol, también don Lupe peña a maestras muy distinguidas, a don Fabián Ojeda cuyo rostro no decía lo que tenía como corazón, arrancarle una sonrisa era difícil y yo guardo una sonrisa de él. Había conocido antes al Dr. Cuevas que lo vi triunfar en Tijuana años después, era dentista.
Creo que no hay mejor manera de honrar, nuestros pueblos, nuestros maestros y nuestra identidad y a los amigos como Raúl Olachea Lucero que salvaguardando estas experiencias me han servido.
Anda Raúl, sigue de la mano con Dios.