ECO PENINSULAR
Tema único: cuando Santa Claus estuvo en la cárcel.
Se hace conveniente hacer unas consideraciones ya que en ningún momento este despacho trata de minimizar las fiestas tradicionales de diciembre. Fue un hecho real, comunicado personalmente por mi señor padre de un hecho acaecido el día 23 de diciembre de 1984. A tiempo entendí el mensaje, sencillamente porque el pueblo de México hace de las tragedias una broma o un hecho lo ridiculiza. Es algo así como un desquite de la tragedia quizá la más dolorosa. Muchos niños tendrán su regalo pero otros mantendrán para llevar unos tamalitos y comerlos con un café de hoya. Es como un drama que vive Garrick el payaso ingles que a través de un tema de Juan de Dios Peza manifiesta que en esta vida a veces reímos con llanto pero también lloramos con carcajadas.
El antecedente es que llevaba una amistad muy estrecha con el General Brigadier Lorenzo Núñez Avilés quien fungía como director de seguridad y tránsito. Todos los días le hablaba para preguntarle que si quien había caído en la cárcel y si se trataba de un amigo pedirle que fueran consientes y que las multas fueran un poco menores.
Siguió la charla de mi padre y una mañana le hablo por teléfono y le contesto el director. Fíjate Beto no te imaginas a quien tengo detenido. ¿A quién? Le pregunto aprensivo mi papa. Nada menos que a Santa Claus. Inmediatamente se dirigió a tránsito y vamos a retroceder para saber cómo se desenvolvió el suceso: llego una persona de la Ciudad de México buscando desesperadamente algún empleo para poder llevarle algo a su familia para la noche de navidad. Finalmente en una tienda de juguetes y obsequios alquilaban al persona mítico, Santa Claus. Inmediatamente dijo “de aquí soy”. Lo pasaron, lo vistieron le pusieron unas botas de cartón negro comprimido, el gordo, las barbas, los espejuelos y lo maquillaron. Lo instruyeron, lo único que tenía que hacer era pararse en la esquina de la tienda y cuando llegaran los niños con sus papas sacar una campanita, agitarla y gritar cuatro veces “Hoo Hoo Hoo Hoo” meter mano a un bolsón que llevaba, sacar unas golosinas y regalárselas a los niños. El objetivo era claro porque estaban casi a las puertas del negocio entonces los niños entraban con los padres y seleccionaban los juguetes.
Hasta ahí las cosas iban bien. A eso de la una de la tarde amaino el ir y venir de la gente. Entonces Santa Claus volteo a sus ambos hombros y al no ver gentes metió la mano a la bolsa de golosinas y extrajo un feroz litro de tequila y se aventó dos fajos. Repitió la operación entre la una y las tres de la tarde dos veces. Para entonces el personaje ya estaba más colorado de su cara. El Hoo Hoo ya no era tal era “Ajua Ajua Ajua”. Para las cuatro de la tarde un paceño que se encontraba en la esquina de una tienda llamada la ciudad de Viena de un barón venerable Salomón Tuchman y lentamente se acercó y lo agarro del fondillo del traje y Santa Claus grito iracundo “Hora guey hijo de tu Tiznada madre” los niños se soltaron llorando. ¿Cómo era posible que Santa Claus fuera tan grosera?
Para colmo de sus males paso por donde estaba Santa Claus ya a medios chiles una señora de ropa pronunciada y la primera en saludar fue la señora: “Buenas tardes Santo closito” y el personaje respondió “Buenas tardes señoras, que buena nalga tiene”.
Se escuchó la onomatopeya de un bolso que salió de la mano de la bolsa de la señora ¡ZOOM! estrellando el bolso de quien había admirado la belleza de la dama.
Total fue un escándalo, llego la patrulla y lo remitieron a los separos de la dirección de seguridad y tránsito.
Cuando mi padre llego era un escándalo: “gritándole a la policía suéltenme tecolotes hijos de su tal por cual”.
Uno de los agentes le decía: se bueno Santita, la respuesta era inmediata: “yo no soy Santa Claus. Yo me llamo Tiburcio Pérez de los Monteros y vengo del distrito federal, del barrio de la candelaria de los patos. El agente insistía, ándale santita, pórtate bien: ¡que te calles cabron!
Total que entre jalones y estirones Santa Claus fue llevado por una patrulla a una comandancia y de ahí al centro correccional, el director de seguridad se acercó y le dijo: pórtese bien en cuanto le pase su borrachera lo vamos a poner en liberta. La respuesta de Santa Claus fue brutal: usted viejo no se meta en lo que no le importa, viejo ojos de candado.
Ya para esto había mucha gente observando el espectáculo y Santa Claus dijo mientras asomaba la cabeza en el vidrio del auto: EL GUSTO QUE ME QUEDA CABRONES ES QUE NO LES VA A AMANECER NADA.