Una opinión
“El alas mochas”.
Sin la participación de Bertita Navarro responsable de la biblioteca de Miraflores Prof. Victorino Martínez y del maestro y Lic. J. Valentín Castro Burgoin, no hubiera sido posible saber la historia del alas mochas. Esto es un adelanto de lo que aparecerá en un librito que estoy preparando titulado “el último trecho”.
Hacia un par de días en el sureste del cerro colorado está ubicado el rancho la trinidad, delegación de Santiago municipio de Los Cabos, aparecían unos nubarrones de grandes extensiones de color oscuro tornasol, se hacía entre los vecinos un cálculo que era una fuerte tormenta que avanzaba sobre el pacifico del sur al norte.
Lo anterior les hizo sentir un aleteo en el bajo vientre.
Dos personas se encontraron y ambos opinaron sobre el espectáculo en el cielo. ¿Cómo la vez? No sé, vale. Nunca había visto esto y como que da miedo. El segundo personaje interrogo: ¿recuerdan parientes, de aquella “creciente” que hizo que el arroyo se saliera de su cauce? Pedro le repuso: si, lo recuerdo. El agua busco por donde salirse, fue un desastre.
A partir de ese momento los animales como aves, gallitos, cerdos, caballos y vacas lentamente fueron buscando los lugares adecuados.
María, Inés y Carmen ocupaban la sede del rancho la trinidad, conocidas ellas como las hermanitas Fiol.
Cuando observaron que el rumbo del viento empezó a las 12:00 horas no seguía el mismo rumbo sino que hacía que las hojas tiraran en remolino, dijeron entre ellas: “sin duda esto va en serio”. Se dispusieron a cerrar puertas y ventanas y a tapar con arena y barro el perímetro de la casa y asegurar provisiones para pasar el temporal. Bien provisionadas con azúcar, arroz, carne seca, huesos secos, tomate seco, queso macho, harina y manteca.
Así podían enfrentar la furia de la naturaleza. Antes de la media noche entre truenos rayos centellas y mangas de agua se observó la figura corriendo de un lado a otro. Se tomaba por los cabellos y gritaba. La luz producida por un rayo que arrojo reflejos azules maléficos blancos y amarillos, por segundos ilumino la figura y se trataba de una mujer que seguía gritando desesperadamente. Detrás de ella corría un niño que se tomaba fuerte de la parte posterior del vestido hasta que llegaron hasta la rivera del arroyo. Parecía una noche infernal, el bramido del arroyo se complementaba con cadáveres de animales de algunos rancheros que se descuidaron, arboles, iba presentando en su bramido el mensaje de muerte y destrucción. Pareciera que la mujer se encontraba indecisa, ponerse a salvo o arrojarse al arroyo. En un acto suicida se arrojó, su cuerpo jamás fue encontrado, quedo sepultada en toneladas de arena y piedra. El niño se quedó con un pedazo de vestido en su mano y el instinto de conservación lo hizo correr para alejarse del arroyo. Tropezó y un palo que estaba por el camino casi le amputo uno de los dedos de sus manos. Cayó desmallado, estuvo por unas horas hasta que amaino el vendaval. La hojarasca hizo el resto, cubriéndolo como si una mano divina lo protegiera. Por la mañana muy temprano las hermanitas Fiol fueron a ver los daños para iniciar reconstrucción y volver a la vida normal. En ese paseo matinal vieron que algo se movía en la hojarasca, ahí estaba el niño. Amorosamente lo recogieron, lo llevaron a su casa, lo curaron y lo alimentaron.
Con el tiempo ese niño se convirtió en hombre, le enseñaron las actividades del rancho. Fue un bien jinete y un hijo para las hermanitas Fiol y fue quien les cerro sus ojos una a una.
El nombre del alas mochas es Arturo Castro Carpio, por su dedo que le faltaba los lugareños le decían el alas mochas.
La moraleja de esta realidad de un hecho acontecido es entender la identidad de los sudcalifornianos y la frase encaja bien: “el amor es el ala que Dios le ha dado al hombre para volar hasta él”.