Remembranzas de la escuela Estado de Tabasco hasta la Normal Urbana y Normal Superior.
Por: Alfredo González González
Un día de Abril nos encontrábamos en la unidad móvil del profesor Arturo Guerrero acompañado del maestro Domingo Carballo Félix que nos iban a presentar con la maestra María de Jesús a quien cariñosamente le decían “Pichucha” con cariño y respeto.
Nos presentó e inmediatamente captamos la empatía de la mentora, don Domingo dio las recomendaciones y nos dejaron ahí. La maestra se hacía cargo de cuatro grupos para que después el quinto y sexto año lo hicieran en el internado de Miraflores. Nos dijo también que no podíamos regresar a comer al centro de operaciones y que ella nos iba a asistir en su casa por cierto con una ramada fresca llena de flores, un comedor no elegante pero limpísimo y una comida tipo rancho con aguas frescas de frutas.
Nos daban las3regresábamos en la tarde por una vereda que acortaba la vuelta a la cuesta de Vásquez hasta llegar al arrollo grande a unos metros donde se encontraba o se encuentra el monumento a la madre. El primero en el estado.
Uno de los días en que me apartaba y notaba la profunda nostalgia por mis gentes y la ciudad se acercó y me dijo: “pronto te vas a encariñar con los muchachos. Es tu primer encuentro y lo estás haciendo bien”.
Finalmente el segundo viernes le obsequie todo el material didáctico que habíamos elaborado para nuestras clases y entonces me ordeno que diera las palabras de despedida. No sé qué me ocurrió, algo se me atoraba en la garganta. Las palabras salían entre cortadas y no me explicaba.
La despedida, la gratitud a quien tiene un gusto en reconocimiento a su entrega, a su comunidad y el respeto perenne a quien enseño a leer y escribir y que hoy son abuelos y bisabuelos. El regreso lo hice solo porque tuvo un incidente un compañero y después de 20 minutos de camino voltee la cara y un grupo de muchachos venían. Era Abril y las tardes empezaban a caer. Les dije que se regresaban, se paraban y les ordene hasta que les dije por favor.
Seguí caminando y empecé a reflexionar sobre la forma que se hacen los maestros rurales. El canto melancólico de la paloma serrana y la onomatopeya de la chacuaca que va buscando el refugio en conjunto y hacia otro lado la paloma mensajera con el macho resguardándola. No sé pero me sentía feliz.
Había cumplido el encargo. Atrás deje muchos amigos, a Pancho Fiol, Héctor Avilés y Yolanda su esposa que eran las encargadas del albergue y nos reunimos en una plaza destruida sin luz eléctrica con un dentista que se había refugiado por allá y que brindábamos con un refresco llamado tónico con un alcohol de 96 grados.
Siempre recuerdo esos lugares y a sus gentes, a un maestro querido Victorino Martínez Suarez, a Panchito Fiol, a Lupe Peña y sus bellas hijas, a don Juan González Rubio que se animó con un equipito de beisbol que formamos y nos íbamos a enfrentar en Santiago, a don Juan Cota Osuna de la panadería victorias que iba a vender pan hasta allá y me daba el aventón de regreso al mediodía del viernes pues esa tarde tenia tecnológicas los muchachos aprendiendo a hacer cintos, escobas, recogedores, etc. y en especial saludo a Bertita Navarro coordinadora de la biblioteca del lugar que es todo un tesoro cultural y que lleva el limpio nombre de un maestro que en su juventud fue un extraordinario atleta, Victorino Martínez Suárez.