En memoria de un viejo amigo.
A Raúl Mendoza Aramburo.
Por: Alfredo González González
Jorge Valdivia autor del libro “La Esperanza” expreso que habían sido buenos periodistas los que habían leído cuanto libro había caído en sus manos.
La enciclopedia universal por su parte, nos dice que es básico las bibliografías asimiladas pero también las vivencias son la mejor filosofía en estos menesteres.
Fue por los años entre 1978 y 1979 cuando nos topamos en la esquina que forman la calle México e Ignacio Allende. Saludamos a Raúl Mendoza Aramburo y me expreso: “hace días que no nos reunimos para echar la platicada”. Te invito a mi casa que no está muy lejos de la tuya y te preparas para unas tres horas para hacer recuerdos y de alguna forma invertirle tiempo a la tarde.
Al día siguiente al segundo timbrazo ya estaba abriendo la puerta Raúl, me invito para que pasáramos al huerto con diversos cultivos de toronja, limoneros, ciruelas del monte así como mandarinas. Dos cómodas sillas y una mesa rustica y a iniciar con la pierna cruzada tipo ranchero una conversación que llevaría mensaje.
Minutos después llego la muchacha que apoyaba en el quehacer a su esposa Alicia con una fuente de tamales de piña, empanaditas de picadillo y una jarra con café de hoya.
Empezó el café y la mordida, empezó una plática sabrosa, parecía saborearla, fue en referencia a un incidente entre dos generales de división. Dos hombres hechos con pólvora de a deberás, uno de ellos era Marcelino García Barragán y el otro el homólogo de cien años de soledad apeidado García Márquez, comandante de la zona de Jalisco.
La raíz del incidente se desconoce, el caso es que dos de los grandes, amigos y compañeros de armas se habían disgustado al grado tal que el jefe máximo le mando pedir la plaza. La respuesta fue tajante porque García Márquez le contesto: si quiere la plaza que venga por ella. El reto no podía ser más claro. García Barragán opto por la vía de la civilidad. Le fue quitando sus gentes de confianza de estado mayor. Oficiales de alto rango, desde luego entendió el mensaje de quien había sido su mejor amigo y comprendió que sufriría la pena de entregar la plaza y opto por suicidarse.
Tomo un respiro Raúl, tomo un sorbo de café y unos segundos se quedó pensativo. En la segunda parte de la conversación platicaría que el suicida era una persona bien plantada, gallardo, valiente, y había más de tres que le alzabapelo, lo único que no iba con su personalidad llena de solidez era la voz porque era una voz, muy ladina, muy delgada, como si fuera de soprano, se le dibujaba una sonrisa a Mendoza porque me diría que un día mando ensillar uno de los caballos más briosos que tenía. A los treinta minutos su asistente regreso con un animal nervioso. Había tardado todo ese tiempo en meterle el freno, un bozal y una falsa rienda para poder dominar sus embates con la cabeza, entonces ya nervioso el general se golpeaba con la fusta, en la mano derecha la palma de la mano izquierda y le dijo:
“ensíllame el caballo cabron”, el asistente hacia el intento y el caballo parecía bailar, se hacía a ambos lados, se paraba de dos patas y el asistente asustado, a los quince minutos el general estaba lleno de ira y le dijo:
“te digo que me ensilles el caballo hijo de la tiznada”. En ese instante el militar volteo a ver los labios del asistente quien musito: “la suya hijo de la tiznada” entonces el general le dijo: ¡trae a las dos, pero ensíllalo cabron!
Soltamos la carcajada que resonó en todo el vecindario. Ya para eso eran las ocho de la noche. Se iniciaba el mes de noviembre y el manto oscuro se empezaba a asomar el final del día. Nos despedimos cordialmente con la promesa de volvernos a ver, era todo un tipo.
Como mi domicilio estaba cerca voltee a ver el cielo tachonado de estrellas y recordé la obra de Archivaldo Cronin: “las estrellas miran hacia abajo”. Me quede un rato parado y ahora le pregunto al lector ¿que acaso las noches no son hermosa? ¿No ha visto una estrella fugaz? Y meditamos que es el tiempo que transcurre en un segundo como la propia vida, que nos da la oportunidad de hacer cosas positivas, de hacer amigos, de que quienes practican la política lo hagan también que todas sus acciones se encaminan hacia la felicidad de los pueblos, que haya empleo, salud, y sobre todo fundamentar la amistad que es la antesala de la hermandad.
Llegue a mi domicilio, me está quedando dormido y recordé que una vez el Lic. Ángel cesar me mando a llamar, uno de los mejores gobernadores que hemos tenido, estaba una fotografía donde estaba Raúl, Ángel Cesar, lupita, Carlos Rene, y Óscar Noé y me dijo: “mira, también los jóvenes se fueron primero”.
Tiempo después contrajo una grave enfermedad, Raúl ya había muerto y en la contra esquina de un banco que se encuentra por Allende nos encontramos y me dijo: tengo las pigmentaciones en la piel, no sé qué es, metió una mano al saco y me dijo: dale esto a mi ahijado porque sé que tiene diabetes y tiene que ir al oftalmólogo. Todavía no te doy la mano porque no sé si es una infección que puede contagiarte, con los ojos tristes me hizo un saludo con los dos dedos, a los pocos días recibí una llamada de su fiel escudero Pepe Hernández , su voz se escuchó grave, lenta para decirme: ya no tenemos a Ángel Cesar. Los conocí a todos, que fueron mis amigos.