El recuerdo de los que se ausentaron para siempre.
Por: Alfredo González González
El culto a la muerte es una tradición en nuestro país pero también en Perú, Colombia y otros que en siglos pasados como en Egipto formo parte de la historia de ese país señero. En nuestro país le ha dado especial énfasis a estas efemérides que honra la muerte. Lugares como Pátzcuaro, Tanizsquio, y en otras regiones de Oaxaca son verdaderas actividades en honor a los ausentes.
Es muy común ver en estas fechas que los muertos van a visitar y hacen un día de campo comiendo todo aquello que le gustaba a los difuntos comer. Algunos hasta su mariachazo llevaban y copa tras copa hay quienes hablan de los difuntos que presentan situaciones y trifulcas pero es la condición del pueblo mexicano.
Egipto de los países viejos era todo un ritual. Rodolfo Benavidez autor de las profecías de la gran pirámide cobra de muchas costumbres y de actos solemnes.
Cuando alguien moría se acompañaba un texto titulado “El Libro de los Muertos”, era su comparecencia ante la deidad, hay que tenía que dar cuenta de sus actos en vida.
Hace mucho tiempo lo leí y vienen algunas expresiones que reflejan el acto de pasar de un plano astral a otro. Uno de ellos jamás se me olvido y dice así: “tengo hoy la muerte frente a mí el paisaje del nativo pueblo para el hombre que estuvo prisionero, y que hoy regresa a su nativo suelo”. (Sic) hay otras regiones en el mundo donde permiten a los deudos sacar los restos y con sumo cuidado y cariño los asean y los vuelven a colocar para sepultarlos.
Es un día de sentimientos encontrados. Quienes cumplieron con sus deberes a los que ya se fueron viven en la tranquilidad espiritual y aquellos que consciente o inconscientemente no lo fueron ahogan sus arrepentimientos entre las burbujas del Dios bajo. Por encima de todas las cosas, de grandes mausoleos de lujosas capillas, de los sepulcros abandonados, creemos que una oración sincera no nomas el día 2 de Noviembre sino todas las noches los tendrá vivos para siempre y con nosotros. Pero el olvido es tan grande como la ingratitud y la estupidez de no cumplir con el deber más sagrado.
Cuando los años pasan y recordamos los consejos que no acatamos y vemos el sepulcro de un padre con deberes y obligaciones esta un hombre adulto recordando:
El viejo cree que tiene razón en todo. El viejo cree que tenía la autoridad. El viejo pensó que estudiando podríamos progresar, cuando voltea y ve en la cruz el nombre su padre alcanza a decir con un gemido: “creo que el viejo tenia razón”. De qué sirve todo eso y pudo haberle dado satisfacciones, no materiales sino haberlo sentido tranquilo al verlos formados y organizados para enfrentar al vida.
Desfilan por nuestra mente los sacrificios, desvelos, y la entrega que hicieron por nosotros. Esa era la enseñanza de los valores, la verticalidad en nuestros actos y nos damos cuenta cuando ya no los tenemos porque así es la condición humana sobre todo cada vez que cometemos faltas graves que son una deshonra a su memoria. Vale más una oración nocturna que quienes creen poder poner en paz su inconciencia levantándoles palacetes donde ya nadie siente nada, donde el viento, el polvo, y las flores secas y marchistas se encargaran de borrar todo ese recuerdo.