Por Fernando Ravsberg
Asesinatos, tiroteos, narcotráfico y violencia en general aparecen en internet cubriendo las portadas de la prensa digital de La Paz. Me asustó, me entristeció y quedé preguntándome que había ocurrido con la ciudad tranquila y amable que había visitado solo 18 meses antes.
La primera vez que estuve en La Paz fui cautivado por la belleza del lugar, sobre todo por lo amistoso de su gente, que te hablan sin conocerte y dejan las presentaciones para la despedida. Por momentos sentí que no había salido de La Habana.
Regresé con mucha curiosidad por averiguar que estaba sucediendo y desde que puse un pie en pequeño aeropuerto me sorprendieron. Cuando se abrieron las puertas un mariachi empezó a cantar a un joven deportista local que llegaba en el mismo avión.
Nos llevaron a comer tacos a un puestecito callejero que sirve exquisiteces, eran las 12 de la noche y la calle estaba llena de gente que cenaba bajo las estrellas muy tranquilamente. ¿No es peligroso?, le pregunté al amigo que había ido a recogerme.
Me contesto sonriendo, “no te preocupes que mañana voy a invitarte a cenar hot dogs en el carrito que tanto te gusta”. Conversamos sobre la violencia y me explicó que se trata de una lucha de bandas de narcotraficantes que, generalmente, se matan entre ellos.
El asunto parece complicado, más de 150 ejecutados en un año, pero además la crisis podría estar amplificándose por el tratamiento que le están dando los medios, con títulos amarillistas, fotos morbosas y una descontextualización que provoca miedo.
Me instalé en un hotel del malecón y el primer día salí a pasear por el centro para tomar el pulso a la ciudad. No encontré grandes diferencias, recorrí el mercado, hablé con la gente, conversé largamente con la empleada de la lavandería y me sentí en la misma ciudad que conocía.
Ahí seguían las esquinas con sus 4 carteles rojos de Stop, donde pasa el primero que llega y los demás se detienen, sin que nadie lo organice. La primera vez que conduje en La Paz aluciné cuando paré ante mi Stop y el otro chofer me cedió el paso amablemente.
Por la noche la gente sigue haciendo ejercicio, otros paseando en familia y las parejitas se sientan a contemplar el mar. Nada me mostraba la ciudad en guerra que había leído por internet en los medios locales y, sin embargo, las dos realidades son ciertas.
Me invitaron de la Universidad de Tijuana a impartir un módulo sobre ética periodística y me pareció que el tratamiento mediático al tema de la violencia podría ser un punto de debate interesante con lo colegas locales que asisten al post grado.
Rápidamente dejamos a Aristóteles y a Eco para debatir sobre la ética aplicada a la realidad cotidiana del periodismo sudcaliforniano.
Curiosamente todos coincidimos en que el tratamiento mediático de la narcoviolencia no estaba siendo todo lo ético que debería ser.
Estuvimos de acuerdo desde el inicio en que un periodista debe trabajar para el bien de la comunidad y tampoco hubo discrepancias en que eso pasa por enfocar nuestra acción informativa en promover el respeto por los seres humanos y su dignidad.
Así que, asidos a esos dos pivotes, llegamos a la conclusión de que los medios no deben ser la campana de resonancia de los atentados narcos. Y que, en defensa del bien común, no se debe presentar a Baja California Sur como si se tratara de un país en guerra.
Concluimos en que no deberíamos competir a ver quién muestra la foto más macabra ni alimentar la morbosidad de la gente. Los periodistas no tenemos que echar leña al fuego de las bajas pasiones sino contribuir a que se mantenga y desarrolle la virtud.
Pero tal vez lo más importante de este módulo sobre ética fue que los colegas saltaron de la teoría a la práctica convocando a un debate entre periodistas, sociedad y autoridades para llegar a acuerdos sobre el tratamiento mediático al tema de la violencia.
Es necesario, porque si los medios fomentan una cultura del miedo o de tolerancia al crimen estarán contribuyendo a introducir la violencia en las mentes y los corazones de los sudcalifornianos. Crearán además una imagen internacional que repercutirá negativamente sobre el turismo.
No se trata de dejar de hablar del tema sino de hacerlo de forma constructiva, con análisis de fondo, contextualizando, promoviendo el debate social, convocando a las autoridades, a la sociedad a actuar y dándole espacio en las noticias a lo que hacen los paceños decentes, que son la mayoría.
No somos los promotores ni está en nuestras manos poner fin a la violencia pero sí podemos evitar colaborar con el circulo vicioso de los asesinos. Decía el escritor Mario Benedetti que uno no siempre puede hacer lo que quiere pero siempre puede no hacer lo que no quiere.